
Querido J,
Supongo que cuando esta carta te llegue te vas a sorprender. Verdad que no creías que fuera capaz de escribir? Pues ya puedes comprobar que sí, que sé escribir y que además no se me da tan mal. Siempre me trataste de paleto y, en el fondo, no era así. Bueno, todos hemos cometido errores.
Creo que si te mando esto es porque tengo ganas de contarte el mío. O las razones, almenos, que no se quede esto en silencio. Me mata el silencio. Aquí hay mucho y no solo a la hora de la siesta. Parece que las palabras que no decimos dejan de existir y así dan menos miedo. Es dura, la vida en estas cuatro paredes. Muy dura.
Al principio, quizás no me di cuenta, pero luego, luego todo fue yendo a peor.
La maté porque era mía. Tan mía como nunca lo había sido nadie. como un perro pero en persona. Quizás ella no llegó a saberlo, pero su futuro era permanecer conmigo. Nada mas. Las cosas grandes las dejamos para las personas que saben hacerlas, y lo que mejor se le daba era hacerme feliz. Le habría comprado una casa, un jardín, hasta la habría dejado tener el jodido perro que tanto pedía, que mas da . . . Pero no quiso. La muy hija de puta no quiso. Libertad pedía, J, libertad? Que mierdas es la libertad? No sirve de nada. Yo la ofrecía todo lo que podía querer. Sin mas. Y ella seguía dándome la vara con la patraña esa de la libertad. Traté de encerrarla pero no pude. Traté de golpearla pero tras los golpes siempre quería que la curaran. Quizás la odiaba, pero también la quería tanto que no habría podido soportar que nadie mas la hiciera daño. Solo yo la podía hacer daño.
Pero se fue, no la podía vigilar las 24 horas. Un día cogió y se fue. Y los cabrones de los verdes vinieron a buscarme a mi casa y me regalaron un puto papelito de que no podía ir a verla. Nunca mas. Pero como coño se entendía eso? Así que empecé a seguirla, quería ver todos sus pasos. Y un día la vi con ese tío. La muy cabrona. La que me escribía te quiero debajo de las notas. Y en ese momento, deseé matarla mas que nunca. Y el día llegó, yo, vestido de negro, en su portal. De noche. El cabrón la dejó en la esquina porque ella, como siempre, no quiso follar, puta frígida. Y la maté, 15 cuchilladas. En el suelo. Gimió. Pero estaba muerta. Estaba muerta y me iba a dejar en paz. Joder, que alivio. Matar me sentó de puta madre. Y aunque tenga que cargar el resto de mi vida con la culpa, sé que ese fue mi minuto de oro, el momento estelar del prime time de mi vida.
Y así fue la historia.
Ahora, me voy a tener que comer la carta, porque realmente no te la puedo mandar. Tengo demasiado que no contar. Pero ya te lo he dicho, que yo no voy a hablar con la policía de nada. Demasiado habló la zorra esa. La que me jodió la puta vida.
Tu hermano que te quiere.